
En la carrera global por una movilidad más limpia, la atención de las grandes potencias suele centrarse en minerales como el litio, el cobalto o las tierras raras. Sin embargo, hay un componente esencial para las baterías de los carros eléctricos que rara vez se menciona: el grafito.
Este material, clave en la fabricación de los ánodos de las baterías de ion-litio, es fundamental para el desarrollo y expansión de los vehículos eléctricos y los sistemas de almacenamiento de energía.
Desde hace tres décadas, la introducción del grafito en reemplazo de otros materiales como el carbono duro o blando marcó un antes y un después en la eficiencia de estas baterías.

¿Por qué el grafito es fundamental para los carros eléctricos?
Su alta conductividad eléctrica y su estabilidad frente a cambios de temperatura lo convierten en un componente crítico para garantizar seguridad, durabilidad y rendimiento, tanto en automóviles como en aplicaciones estacionarias de energía renovable.
Pese a su importancia, el grafito no figura en los debates públicos con la misma fuerza que otros minerales estratégicos. No obstante, su demanda se ha disparado a niveles históricos.
Más del 92 % del grafito procesado en el mundo proviene de China, lo que ha generado una fuerte dependencia de este país por parte de las industrias de Estados Unidos y Europa.

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¿Cómo puede afectar al consumidor final que China domine todo el grafito?
Esa concentración del suministro ha encendido alarmas. En medio de tensiones comerciales, China ha comenzado a restringir sus exportaciones de grafito, afectando directamente los costos de producción de baterías en Occidente.
Mientras en el país asiático los precios han caído hasta un 53 % gracias a procesos más eficientes y menores costos laborales, en otras regiones los proyectos enfrentan barreras económicas y tecnológicas difíciles de superar.
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Los intentos por aumentar la producción local en países como Estados Unidos chocan con una realidad: altos costos de inversión en infraestructura, procesos de purificación complejos y falta de incentivos sostenibles.
Esto plantea un dilema urgente para gobiernos y la industria: o se continúa dependiendo de un proveedor dominante o se invierte en tecnología e infraestructura propia para asegurar el suministro a largo plazo.