En la árida y desolada sabana de Manaure, La Guajira, una región conocida como el "triángulo de la muerte" por su lúgubre realidad, se suscita una tragedia silenciosa que ha cobrado la vida de varios niños menores de cinco años.
Las familias wayúu, especialmente las madres, deben enfrentar una desesperada lucha para obtener alimentos y enfrentarse a las inclemencias del desierto. Caminando durante más de una hora, bajo un inclemente sol de 35 grados y muchas veces descalzas, buscan la manera de conseguir comida para sus hogares. Sin embargo, cuando el recurso escasea, no queda más opción que recurrir a la chicha, una bebida tradicional a base de maíz, que se convierte en el último recurso para calmar el hambre de los pequeños.
“En una comunidad solamente hay una sola comida, a veces sí y a veces no comen; a veces nada más hacen como una chicha que es de maíz, lo hacen si lo tienen, el agua es como decir que es un Jagüey (pozo) que no está tratado, entonces eso es lo que produce la infección intestinal para los niños”, indicó Luncinda Epiayu.
Las dificultades son múltiples. La poca comida que llega a la región a veces se destina a los colegios que operan como internados, pero debido a la lejanía y las extremas temperaturas, muchos niños de las comunidades no pueden ni siquiera acceder al desayuno escolar.
“Por acá, solamente se ve las que llaman ucas, que es la unidad intención infantil. Solamente eso, pero eso no basta para los niños, porque hay unos que no tienen capacidad para ir a un comedor”, señaló Lucinda.
Ante esta emergencia humanitaria, el Gobierno ha tomado algunas medidas, inaugurando restaurantes comunitarios con el objetivo de brindar al menos dos comidas diarias. Sin embargo, aunque se han establecido 125 restaurantes, aún se requiere abrir unos 200 más para alcanzar a cubrir todas las comunidades necesitadas.
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En un lugar donde el plátano, los huevos, el chivo y el arroz son un lujo poco común en la vida de los wayúu, la situación demanda acciones más contundentes y una atención urgente a esta población vulnerable. La desnutrición infantil en la sabana de Manaure es una dura realidad que exige la solidaridad y el compromiso de todos para revertir esta dolorosa situación y asegurar un futuro más esperanzador para los niños y sus familias.
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