Parchaba en la Plaza Santander, a solo tres cuadras de la máxima sede del poder nacional. Lo escuchaban transeúntes, jóvenes, artistas, periodistas y hasta políticos. Resultaba pintoresco verlo allí, con esa sonrisa inmensa en el rostro en medio de la crudeza de las calles. Allí mismo dormía, cerca del edificio de la Dian, sobre el piso y cubierto apenas por una vieja cobija. Su nombre real era ‘el general Sandúa’, pero fue bautizado como Aníbal Muñoz Valencia, por allá en Pácora (Caldas) hacia 1927.Vea también: Murió el ‘general Sandúa’, el habitante de calle más viejo de Bogotá Fray Gabriel Gutiérrez, ‘Fray Ñero’, contó a BLU Radio detalles de la excepcional vida de esta alma libre, cuya existencia se convirtió en el reflejo de la dura cotidianidad que viven los habitantes de calle en el país, a la que muchos se ven volcados cuando los cercan las circunstancias, aunque este no fuera su caso. “Esto no es una noticia, es un drama”, cuenta el religioso que ha cobrado visibilidad por ayudar a los más desvalidos en la capital del país.De Pácora, donde fue criado por una abuela o una tía, no se sabe a ciencia cierta, salió siendo muy joven rumbo a la ciudad de Medellín, donde siempre vivió del rebusque. La informalidad siempre fue el mundo del ´general Sandúa', la vivió, la sufrió y la estudió.“No era un habitante de calle cualquiera, él decidió optar por las calles. Era un auténtico vagabundo, esos auténticos vagabundos libertarios.”, cuenta ‘Fray Ñero’.No consumía drogas, rompiendo el estigma que pesa sobre las personas sin techo. Quizás por eso su larga vida, no obstante las duras condiciones a las que estaba sometido, como una mala alimentación y dormir a la intemperie.Se le veía en el parque Santander en una de las sillas leyendo periódicos o gritando consignas, tal y como décadas antes lo hizo allí mismo otro personaje de la fauna social colombiana que trascendió en la historia: ‘La Loca Margarita’.El 'general Sandúa' no era un habitante de calle cualquiera, de ello daba fe la corbata con múltiples piochas, la boina y el tricolor patrio siempre de alguna manera en la indumentaria. Cuando hablaba, todos callaban para oírle. Sus profundos ojos claros, su gran mostacho y su risa causaban cierto efecto hipnótico. “Su vida y muerte son un reflejo para mirar los habitantes de calle”, asegura ‘Fray Ñero’.Conozca más: Detectan 20 casos de coronavirus en habitantes de calle en Bogotá Era el líder natural de los desarraigados. Era respetado y protegido entre los desvalidos. “Lo buscaban políticos y se querían aprovechar de su figura. Tenía una tendencia bastante liberal, no el Partido Liberal, Dios nos ampare, sino el pensamiento de hombre libre”, cuenta el religioso.Los bienes más preciados del 'general Sandúa' eran su consciencia crítica, una imaginación infinita y unas pocas, pero verdaderas amistades: Teófilo Andrey Gómez, que era como su hijo, un fotógrafo universitario llamado Gabriel Romero, 'Fray Ñero' y una mujer muy especial llamada Martha.Por las calles de la amistadEl general ‘Sandúa’ era uno de los cientos de transeúntes de la llamada Calle del Bronx, la temible olla del centro de Bogotá desmantelada en 2016. Allí nació la amistad con ‘Fray Ñero’, a quien le llamó la atención no solo su edad, sino la respetabilidad que tenía en la comunidad.“Yo sentí que era mi abuelo y ahí empezó la preocupación”, aseguró.Debido a su edad, fue llevado en aquel momento al hospital Santa Clara, donde no duraría mucho, ya que le pudo más la calle.El ‘general Sandúa’ y el presbítero construyeron una amistad. Iba todos los días a la homilía de ‘Fray Ñero’ y de las migas pasaron a la fraternidad. El estado de salud del habitante de calle decaía y era preocupante. Tenía una infección urinaria que siempre iba y volvía, lo que le producía calambres en la espalda y le daba en el rostro ese rubor que lo caracterizaba.“Salía del hospital y para la calle. Él iba a los centros de Integración Social, iba, se dormía, venía. Su mentalidad no era para estar encerrada”, relata ‘Fray Ñero’.El viacrucisUna madrugada, el religioso llegó en uno de los fríos amaneceres y encontró a las afueras del edificio de la Dian, en deplorables condiciones, al alto oficial de las calles. Conmovido, le pidió que entendiera que no podía seguir arriesgando de tal manera su vida y a través del Distrito se logró que fuera trasladado a un centro para adultos mayores en el barrio Santa Fe.Era 2018. La noticia de la salud del ‘general Sandúa’ salió en periódicos y noticieros. El país se conmovió al ver al persistente vagabundo sonriendo en medio del terrible drama.En el Santa Fe no duraría mucho, se voló cuando pudo y recorrió las calles como si esa fuera su última voluntad. La calle que le había dado la vida sería la que se le quitaría, pero siempre aparecía Fray Ñero para rogarle que estuviera juicioso y tuviera paciencia.Después de varios tires y aflojes, el ‘general Sandúa’ aceptó ir a un centro de Integración Social en el occidente de Bogotá, pero allí tampoco encajó. Los otros habitantes del albergue, también adultos mayores, se veían en problemas para lidiar con su vigor e imaginación. Después de varios alegatos, incomprendido, fue declarado loco.Más de este tema: Habitantes de calle en Bogotá dicen no haber recibido ayudas en medio de la pandemia Llegó al centro masculino La Colonia de Sibaté a comienzos de 2019. Allí su estado de salud empeoró. Teófilo Andrey Gómez, un habitante de calle a quien amaba como su hijo, se daba mañas para visitarlo religiosamente a diario. Las noticias del agravamiento de su condición llegaban a oídas del padre Gutiérrez, ´Fray Ñero’. La última vez que se vieron fue en febrero de este año. Después, en abril tuvieron una videollamada.Las fuerzas parecían abandonar al guerrero del centro de Bogotá. La infección urinaria se agravó y, cuentan, que el ‘general Sandúa’ estuvo en otros albergues de inmediaciones de Soacha; cuando se pensó que regresaría a La Colonia, tuvo un cuadro febril que cambió las cosas.Fue en mayo cuando lo remitieron al Hospital El Tunal. Allí, debido a las limitaciones de la cuarentena y el coronavirus, nadie más pudo visitarlo. Después se supo que tenía complicaciones por una neumonía y otras afecciones.“La última semana estuvimos dos veces en el hospital y no pudimos verlo. Tenía anemia, úlceras por posición, neumonía y el cuadro crítico de infección urinaria. Todos los días se iba deteriorando”, afirma el cura.La noticia del fallecimiento le llegó a ‘Fray Ñero’ este sábado en la tarde. La médica a cargo fue quien le dio la mala nueva. Había despertado esa mañana sin memoria, preguntando dónde estaba y cómo lo habían llevado. Después, llegó el fin. Dio positivo de COVID-19, informaron las autoridades sanitarias.Ahora, la lucha de ‘Fray Ñero’ es para que le entreguen las cenizas del ‘general Sandúa’. Su idea es, como se hace con los habitantes de calle que se congregan en su obra, darle una digna despedida.“Nunca le encontramos familia. Tuvo varios hijos, dijo que algunos de ellos se fueron a Venezuela, pero que nunca se habían puesto nuevamente en contacto. Hablaba de un hermano suyo en Barranquilla que nunca encontramos. Lo que sí hallamos es que tuvo una hermana religiosa, pero ya había fallecido”, contó el sacerdote.“Queremos recuperar sus cenizas, porque la familia éramos nosotros. Nunca le encontramos familia de sangre, pero se constituyó en la nuestra”, afirmó.Paz en la tumba del 'general Sandúa'.
Se cumplió el sueño blanco, Colombia se convirtió en campeón de Wimbledon gracias a Juan Sebastián Cabal y Robert Farah, dos tenistas que se conocen desde que tenían 5 años y que decidió juntarse en 2010. La gesta de la dupla quedó grabada en la historia del deporte colombiano con letras doradas.Desde que actúan en los torneos más importantes del deporte, Cabal y Farah se han consolidado como una de las mejores duplas en el tenis.Vea aquí: ¡Haciendo historia! Cabal y Farah ganan su primer título de Grand Slam en Wimbledon“Somos hermanos, de diferente mamá, pero somos hermanos. Mi esposa dice que tiene dos maridos”, dijo Juan Sebastián Cabal tras coronarse campeón del tercer Grand Slam de la temporada.Escuche la crónica completa del título de la dupla colombiana aquí:
Escuche la crónica de un ciudadano extranjero de 40 años que encuentra en su vieja bicicleta y un cajón de Rappi la forma para salir adelante, tras escapar de la crisis en su país. ¿Qué tan fácil es ese trabajo? ¿Qué antojos cumple a los clientes? ¿Cómo colmarse de paciencia para tener un sueldo mensual que alcance para comer y pagar un pequeño arriendo?
Tras la revelación de lamentables cifras de abuso sexual a las mujeres durante el último año en Colombia, publicadas por Medicina Legal, BLU Radio recopila desgarradoras historias de quienes sufrieron el horror en carne propia y hacen un llamado a frenar ese delito atroz que en el país es pan de cada día.Escuche la crónica de Uriel Rodríguez aquí:
Años después, sobrevivientes del conflicto se reúnen y hablan de liberarse de lo negativo y lograr, a través del perdón, un camino verdadero a la paz.Esta crónica retrata algunos episodios del pasado y la forma en que las víctimas encuentran salida al dolor.
Sentados en la esquina del pueblo, mientras suena música a todo timbal, son cuatro señores de más allá de 45 años los que recuerdan cómo era un domingo hace meses en Puerto Valdivia.Refieren disputas de pedacitos de la calle para poner sus puestos y vender a los campesinos. Hoy, solo están algunos motocarros, una señora que vende jugos de naranja y la vía hacia el río más desocupada que nunca.Escuche la crónica completa:
A pocas cuadras de la Terminal de Transporte del Salitre se oyen risas entre un pequeño bosque, sombras que van y vienen, el llanto de un bebé se transforma en canción de cuna; el sol se oculta, pero el frío se olvidó de este rincón de Bogotá.En la esquina de la calle 21 con carrera 68 D el río San Francisco es más un caño de aguas negras que un arroyo. Hoy, sin embargo, no hay olores fétidos, mientras varios carros se detienen a un lado de la vía, a mitad de un lote plagado de árboles. Cuatro personas caminan hacia este terreno olvidado, llevan bolsas de comida y elementos de aseo que bajan del baúl de un carro. Foto: Leonardo BautistaLa escena se repite decenas de veces durante toda la noche del domingo, entre 6:30 y 11:00 p.m. Un ventarrón mese las poleas que sostienen más de 40 carpas improvisadas con bolsas de basura y plástico reciclado, material que aquí hace las veces de techo y paredes en lo que, desde hace varias semanas, es el hogar de 160 venezolanos que viven a la intemperie en pleno corazón de la capital colombiana.Casi todos llegaron caminando, cruzaron trochas, páramos y montañas. En su memoria guardan historias similares que bien puede resumir el verso de Antonio Machado: “Al andar se hace el camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”. Son caminantes sin destino con urgencia de calor, comida y zapatos nuevos.Cerca de 30 personas se reúnen en torno a un montículo de tierra sobre el que un hombre de mediana edad alza sus manos sobre la cabeza y grita. “Señor Padre bueno, te damos gracias hoy porque sabemos que estás de nuestro lado. Te damos gracias y reconocemos que somos pecadores, que hemos fallado, pero hoy te queremos entregar nuestras vidas”, es el rezo que se repite al ritmo que marca este líder sin sotana ni ropa eclesiástica mientras invoca entre lágrimas la presencia de Cristo, en medio de un abrazo grupal que pronto se extiende por todo el potrero en un rito sin cruces ni imágenes sacras.“¿Quién no tiene cuchilla; quién quiere crema de afeitar; a quién se le acabó el jabón?” Son las 7:00 de la noche, la multitud se amontona. En un acuerdo tácito, tres jóvenes toman el liderazgo del grupo y reparten los víveres que vecinos del sector les han donado en los últimos días.Foto: Leonardo BautistaMuchos buscan crema de manos, desodorante, perfume, cepillo de dientes, productos que fácilmente se encuentran en cualquier casa de clase media con los que estas personas pretenden mantener un estilo de vida que abandonaron a más de 1.500 kilómetros de distancia, junto a sus familias en Caracas, Valencia, Barquisimeto, Guayana o cualquier otra de las ciudades de donde provienen. Venezuela es un país colapsado por una crisis económica que, según cifras recientes de la ONU, obligó el éxodo masivo de 2,3 millones de personas. Quienes hoy se resguardan entre cambuches prefieren las calles de Bogotá antes que seguir pasando hambre en su propia tierra.Una carpa blanca sirve como almacén para guardar bolsas negras llenas de ropa, ollas con sopa y café, cajas de cartón repletas de papas fritas, galletas y otros elementos no perecederos que, apilados en un rincón, forman un muro en que se apoyan dos carpas. Son los cambuches de Oliver y Génesis, dos primos de 22 y 26 años que llegaron hace una semana a este asentamiento.Oliver, uno de los venezolanos que duerme en los cambuches - Foto: Leonardo BautistaEn su viaje desde el Puente Internacional Simón Bolívar, en Norte de Santander, Oliver dice haber visto paisajes que recordará toda su vida. “Me gustó mucho el viaje porque conocí mucho; claro que me dolían los pies, fue horrible en esa parte, pero me metí en un río, conocí mucha gente y sitios, realmente lo veo como una experiencia más de la vida, y si llegué a acá caminando, puedo lograr lo que me proponga”, cuenta el joven entre risas.A las 9:00 de la noche se suman a la charla Alba*, Gabriela* y Víctor*, amigos de Oliver y Génesis. “Esta noche no hace frío”, dicen al recordar su marcha durante eternas noches heladas por las montañas de Colombia.Génesis, una de las jóvenes que vive en los cambuches - Foto: Leonardo BautistaGénesis, invocando el significado de su nombre bíblico, explica el inicio de un largo viaje desde su natal Caracas que se hizo urgente tras el homicidio de su hermano.“En junio cumplí 26 años. No iba a hacer nada porque era el primer cumpleaños sin mi hermano. Iba a venir conmigo de viaje cinco días después, el día de mi cumpleaños me llegaron recuerdos a mi Facebook y fue duro. Era un chico trabajador, 21 años tenía”. La joven explica con voz firme escabrosos detalles sobre la violenta muerte de la persona que más quería: un desconocido que se cruzó en la calle le cortó la garganta con un machete. El crimen sigue impune.Aquel día, recuerda, vio por primera vez un ser humano sin vida, pero encontrarse con cadáveres se hizo común en su camino hasta Bogotá. Recuerda especialmente un muerto que descubrió flotando en la trocha que atravesó en la frontera: “Lo vi flotando bocabajo. Me dijeron no mire, es un muñeco. Era un chamo, pero no sé cómo murió”.Ella y varios de sus compañeros aprendieron a ver de frente a la muerte y no llorar, pero sí dejan escapar lágrimas por la nostalgia, buenos recuerdos con sus familias, y el dolor de patria al saber a su país en la peor situación de su historia reciente.Segundo grupo que montó guardia la noche del domingo - Foto: Leonardo BautistaA la carpa de víveres llega un nuevo grupo que hará guardia esta noche. “La convivencia ha sido buena, pero hay gente abusiva, aunque el que no come aquí es porque no quiere. Si usted se da cuenta, sobra la comida, pero hay algunos que solo piden para ir a vender, compran vicio, fuman y llegan con hambre a pedir más”, dice uno de ellos respecto a la necesaria rutina.A medianoche queda un solo bombillo encendido en todo este terreno, que es casi tan grande como una cancha de fútbol. La luz se alza a mitad de un árbol chueco. Su particular forma sirve como brújula en el día y como guía entre las sombras de la noche, para saber dónde pisar y qué lugares evitar en este campo lleno de lodo y basura.Caminando entre los cambuches es fácil perderse por el color oscuro de los materiales de su precaria construcción y la división de espacios, que más parecen trincheras de un campo de batalla que el nuevo barrio de decenas de familias que llegaron aquí por pura casualidad y se quedarán hasta que lo permita la buena voluntad del dueño del lote, quien de momento no ha puesto quejas a la Policía.Y aunque hoy usen ropa que no es de su talla y huele a ajeno, la mayoría de estas personas dejaron atrás una vida cómoda, similar a la de gente que, en Colombia, los ha recibido con brazos abiertos y una sonrisa. “Así allá digan lo contrario, se han portado como verdaderos ángeles”, dice Alba*.La propia comunidad construyó este espacio con sus manos y entre todos aprendieron a levantar carpas y armar almohadas con lo que encontraron en la calle. Las condiciones para descansar no son las mejores, pero a las 2:00 de la mañana la mayoría duerme luego de un largo día de vender dulces en estaciones de TransMilenio, cantar en los buses o caminar varios kilómetros pidiendo trabajo en tiendas, peluquerías y cualquier establecimiento que se crucen. Por eso, al preguntar por lo que más necesitan, varios concuerdan en que su mayor carencia es empleo.Amanecer en el lote plagado de familias venezolanas - Foto: Leonardo BautistaEste lunes el amanecer inició faltando 15 minutos para las 6:00. Se abren las carpas, cientos de peregrinos salen de sus cambuches. A las 7:00 Oliver irá a una prueba de trabajo en un restaurante, le pagarán $40.000 por cocinar un plato especial, mientras Génesis se propuso invertir el día en ordenar y contar todas las donaciones, una tarea ardua en que le ayudarán sus amigas Alba y Gabriela.Ya empieza a unirse la gente en torno a la carpa de víveres. Flotas y carros circulan en la calle de enfrente. Desde afuera se oyen risas entre un pequeño bosque, sombras que van y vienen, el llanto de un bebé se transforma en canción de cuna; el sol sale, pero el frío azota este rincón de Bogotá. *Nombres cambiados a petición de la fuente.
“Yo vivía en Neira, Caldas. Recuerdo escuchar las novelas. Cuando llegó el radio en el gobierno de Rojas Pinilla escuchábamos las noticias”, recuerda doña Fanny Vélez Botero, en medio de su anticuario familiar, ubicado en la localidad de Chapinero, en Bogotá. “Recuerdo a ‘Kalimán’ con Gaspar Ospina en -Camilo El valiente-, con Fabio Camero, que era el protagonista. El oficio de nosotros cuando éramos niños era escuchar esas novelas”, rememora la señora María a sus 62 años.“Tal vez el único objeto tecnológico que había en ese momento, estamos hablando de 50 años atrás, un radio Telefunken alemán, estamos hablando por ahí de 1954. Desde que yo estaba muy pequeño, ese radio era fascinante, yo lo cuidaba, lo limpiaba, cuando fui creciendo y al radio le fallaba algún repuesto, un tubo de vacío, o algo, yo trataba de conseguirlo”, señala el profesor Jorge William Montoya Santamaría, uno de los coleccionistas que más radios tiene en Colombia.Él es doctor en epistemología en historia de las ciencias y docente en la Universidad Nacional. Hizo una donación de al menos 200 cajas mágicas de todas las épocas, tamaños, colores, formas, para consolidar lo que será el Museo de la Comunicación, ideado desde la Universidad Minuto de Dios. “Fundar un museo del radio en Colombia y las comunicaciones, estará ubicado en el municipio de Tena, en Cundinamarca, en el Agroparque Sabio Mutis”, indica el docente. Don Nicolás Carvajal Vélez es propietario del Anticuario El Dorado en Chapinero, uno de los pocos lugares donde se consiguen algunos radios antiguos de colección.“Tengo unos radios que datan de los años 50, que son construidos en Bakelita, de onda corta, de varias marcas: Phillips, Philco, Olimpia. Y una radiola bien bonita que es con bar capitoniado, que era como las de lujo en los años 40”, explica.Aún se consiguen los denominados radios transoceánicos, que sintonizan emisoras a kilómetros de distancia. “Es un radio que coge emisoras de todo el mundo y eran cargados en los barcos, en la manija se abre y sale la antena de unos dos metros de largo. La característica del Trans Oceanic, es que coge emisoras de todo el mundo”, añade.Y es que el profesor Montoya es amante a estos objetos que reproducen el sonido de emisoras y que difícilmente pasarán de moda. Es fiel a conservar la historia a través de la protección de estos tesoros.“Tal vez los oyentes conozcan objetos creados con bakelita, no es sino recordar los teléfonos antiguos que se pegaban en la pared, que se pegaban normalmente negros o café oscuro; aquí tengo un radio que es de ese material, el frente es un café oscuro, posiblemente de una bakelita más clara y a lado y lado tiene dos perillas. La perilla de la izquierda era para prenderlo y aumentar el volumen y la de la derecha para buscar las emisoras en el dial. Era absolutamente mecánico, funcionaba con una agujita que se desplazaba y con un hilo”, recordó.Los radios son sinónimo de historia, de recuerdos familiares, de pedaleos de escarabajos, de goles en el fútbol y, sin duda alguna, la compañía para entretener, disfrutar e informar en todo el mundo.
A pocos metros del puente internacional Simón Bolívar un grupo de mujeres, a viva voz, alertan de un comercio informal que se proyecta como uno de los negocios más lucrativos después de la venta de pasajes a destinos internacionales y el cambio de divisas en operadoras cambiarias. Se trata de la compra y venta de cabello.“Comprar cabello, a buen precio”, esta es la propuesta que realizan algunas colombianas a cada una de las venezolanas que ingresan al sector de La Parada, provenientes desde San Antonio del Táchira.Entre 90.000 y 100.000 pesos reciben las compradoras, quienes lo hacen con la intención de alimentarse, frente a las necesidades y luego de llegar a Colombia sin nada en sus bolsillos.Entre 10 y 15 compradoras permanecen atentas al ingreso de cualquier mujer con una extensa cabellera.“Yo soy colombiana y compramos cabello aquí. No es que le compramos $20.000 o $30.000. Aquí hay personas que se les valora el cabello a buen precio. Es mucha la diferencia a lo que les pagan en Venezuela, allá sí se aprovechan de la necesidad de ellas, por eso la gran mayoría sale y lo vende acá porque les sale mucho mejor. Hay muchas venezolanas que no han tenido cómo comprar un almuerzo”, comentó a BLU Radio Gina Rojas, una de las compradoras.Vea también: "Con templanza, prudencia y firmeza, así debe manejar Duque la crisis con VenezuelaEste negocio no es legal, sin embargo, es una salida que, ante las necesidades, encuentran las extranjeras. Esto ocurre sin el control de las autoridades, quienes, de manera permisiva, ven cómo en plena vía pública las mujeres cortan el cabello.Este negocio en La Parada, a pocos metros del puente internacional Simón Bolívar, en Villa de Rosario, empieza a generar grandes dividendos a los comerciantes informales.
La a ruta de la bonanza marimbera comenzaba en la provincia, en la Sierra Nevada de Santa Marta, siguió por trochas de La Guajira y culminó en puertos y aeropuertos clandestinos como en el corregimiento del Pájaro en Manaure, un lugar por donde desfilaban cantantes y se sabía el día en que las parrandas de uno de estos marimberos comenzaban, más no cuando terminaba.“La fiesta comenzaba el 23 de octubre, era con tarima y desfile de artistas, aquí el ron era gratis, la comida gratis”, dijo el indio cantor, el wayuu que vivió de cerca el furor de esta época. Las armas bañadas en oro e indígenas armados con ametralladoras era el ambiente en estas zonas de ruta de la marimba, incluso los carros de lujo comenzaron a llegar más que en otras épocas. Vea aquí: Amenazan a miembro de la mesa de víctimas en La Guajira“La calle se llenaba de carros, pero carros de lujo, era intransitable para la misma gente caminar a píe, había mucho carro parqueado, mejor dicho, eso era un caché, pero ahora es pura moto”. agregó.Y así como se esfumaron esas riquezas, de los grandes marimberos solo se habla como si se trataran de una leyenda y recordando al Gavilán Mayor.