Pienso en el carnaval y la mente se me atiborra de recuerdos de intensas experiencias de alegría, porque como buen Caribe, he estado participando en muchos carnavales: como espectador, como miembro de un disfraz o en algunas de las viejas verbenas que se hacían en los barrios de nuestras ciudades.
El carnaval es la expresión de nuestro ser cultural, en él se manifiesta nuestra manera de ver la vida, el mestizaje racial que nos permite una gran singularidad, la picardía y el humor que permiten soportar todo lo que se junta.
A mí la danza que más me gusta es la del Garabato, porque simula la lucha entre la vida y la muerte que, con su palo llamado “garabato” trata de llevarnos a su reino de silencio, pero la alegría expresada en el baile nos mantiene lejos de ella para ganarle y alejarla lo más que se pueda. Me gusta porque creo que es una de las funciones de la alegría: hacernos estar en el presente y no dejar que la incertidumbre del futuro nos quiera inmovilizar.
Espero que el jolgorio que invade las calles y las esquinas de nuestro caribe,porque el carnaval está presente en varias ciudades de la costa, sea una manera de alejar la violencia, la indiferencia y el afán de conflicto.
Sé que a algunos les parece que la única posibilidad de solución está en el conflicto, en la división, en la lucha contra el que es diferente pero la verdad yo creo que es en el amor, en el servicio, en la comunión en medio de las diferencias donde podemos realizarnos.
El carnaval que recuerdo en mi niñez juntaba a todos sin ningún tipo de división social. Al fin y al cabo la alegría le pertenece a los humanos sin que quede atrapada por la jerarquía de los estratos. Por mi opción de vida en el ministerio presbiteral no pude participar de tantos carnavales como hubiera querido, pero es que también retirarse un momento, hacer silencio y encontrarse consigo mismo es fundamental para ser más felices. Espero que este paréntesis de alegría sirva para que seamos mejores personas.
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