Nada más difícil que los cambios. La historia de un crucificado así lo atestigua. Enfrentar lo que se considera la absoluta verdad y mostrar cómo se está dañando la dignidad de algunos seres humanos, ocasiona, como en el caso del hijo de María, ser rechazado y colgado en un madero como el peor de los criminales.
Por eso no me extraña todo el revuelo que ha causado al interior de la institución eclesial el documento del dicasterio para la doctrina de la fe: “Fiducia supplicans”, porque permite la bendición de parejas en situaciones irregulares y de parejas del mismo sexo. El cardenal Robert Sarah, por ejemplo, cree que esto es una herejía y que debe ser combatida, así como también algunos obispos y sacerdotes lo han manifestado. Los mismos que en el pasado pedían obediencia, hoy atacan el símbolo de comunión que es el obispo de Roma.
Estoy convencido que no hay herejía en las afirmaciones del papa Francisco y en el documento del Dicasterio. Necesitamos renovarnos por la acción del Espíritu Santo, a la vez que entendemos lo que la teología está diciendo hoy. Lo que sí me preocupa es la actitud de secta que están tomando algunos al interior de la institución eclesial, que en aras de sostener su modelo y estilo de vida medieval desconocen la acción del Espíritu. Sin la apertura a la renovación no habrá nada que decirle a la sociedad.
Por eso me gusta la frase de Fray Marcos: “Me preocupa que los católicos estamos convencidos de que no hay nada que aprender sobre Dios, porque ya lo sabemos todo. Sea en cuanto a las verdades, sea en cuanto a las normas morales, sea en cuanto a las celebraciones litúrgicas, el hecho de que no haya capacidad de innovación es la mejor prueba de que estamos en una religión sin vivencia, en una religión muerta. Dios se manifiesta siempre como absoluta novedad. Si encontramos dos veces el mismo dios, podemos estar seguros de que es un ídolo”.