Unos pescadosfritos de casi 2 millones de pesos, una piña colada que cuesta 125 mil y ahora 22 millones por un paseo en coche en el centro histórico, parecen cifras sacadas de una crónica de las locuras de cualquier embustero del Caribe colombiano. Pero tristemente son los precios exorbitantes que cobran algunos estafadores, simulando prestar servicios turísticos a extranjeros en la bella Cartagena.
Las cosas por su nombre. Quien estafa de esa manera a un turista no es un buen ser humano. A veces, por reírnos y entenderlo desde la lógica macondiana en la que vivimos, no ponemos los correctivos que se requieren para que este tipo de prácticas no vuelvan a ocurrir. El resultado de estas experiencias es que se terminan yendo los turistas y no vuelven más, dejando un ambiente de dudas y sospechas en el imaginario social, después de las constantes denuncias que estamos viendo.
Recordemos que actualmente el turismo en el Caribe es muy competitivo en todos los sentidos. Trabajé pastoralmente más de 15 años en Cartagena y sé que la mayoría de las personas que se dedican a prestar servicios a los turistas es gente trabajadora, honesta y buena. Por eso, creo que es necesario generar las sinergias adecuadas para expulsar a estos estafadores que los hacen quedar mal a todos.
Como siempre, la primera respuesta tiene que ver con una dinámica existencial en la que se requiere convicción personal para hacer lo correcto y no aprovecharse de los demás. Pero, es conveniente otra dinámica de tipo punitivo, legal que permita regular los precios, para que esto no siga sucediendo.
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No alcanzaremos las cifras de turistas que se requieren para el desarrollo de esa región si algunos siguen poniendo esos precios elevados. Definitivamente al turista hay que cuidarlo, atenderlo bien y prestarle el mejor servicio.
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