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"La prudencia que hace verdaderos sabios", reza un conocido gozo navideño. Entender la sabiduría como la habilidad para decidir con acierto, actuar adecuadamente y hablar con asertividad, nos lleva a ver la prudencia como una virtud esencial.
Mi abuela solía decir: "La prudencia es actuar con sensatez en cada aspecto de la vida. Por eso alguna vez es hablar y otras callar, actuar con fortaleza y otras quedarse quieto y esperar".
"Se trata de pensar antes de reaccionar, ser coherente con nuestras palabras y acciones, y distinguir con objetividad lo que beneficia o perjudica el cumplimiento de nuestras metas". Es la resolución de los problemas la que define si hay o no prudencia. Es en la situación concreta donde se define.
Ser prudente implica tomar medidas adecuadas para que nuestros actos no generen consecuencias indeseadas. Sin embargo, en la sociedad actual donde se menosprecia todo lo que suena antiguo, muchos asocian prudencia con falta de libertad o sinceridad, incluso, llegan a verla como cobardía.
Hay una creencia errónea de que libertad significa actuar sin pensar en las consecuencias. Necesitamos líderes sabios, que entiendan que desde la prudencia se edifican condiciones de equidad y progreso para todos. Es fundamental que midamos las palabras que saltan de nuestra boca, ya que las palabras, una vez emitidas, dejan de pertenecernos y, a menudo, nos conducen a situaciones evitables que no aportan positivamente.
Sin prudencia la vida termina en una montaña rusa incontrolable que condena a la vida al sin sentido. Revisa con inteligencia si eres una persona prudente.
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