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Solución al hambre está sobre nuestra mesa: pongamos fin al desperdicio de comida

Un estudio asegura que para salvar a los 795 millones de personas que corren el riesgo de morir desnutridos, se necesitan solo el 25% de los alimentos desperdiciados.

Alberto Linero
Alberto Linero
Foto: cortesía

Me impresionan dos cifras que se complementan y que expresan la necesidad de un cambio de hábitos y aún de consumo: según la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos en Bogotá, se pierden 1.228.000 toneladas de víveres al año, lo que equivale al 12,58% del total de la comida que se pierde en el país.

Este jueves leí unos comentarios al estudio de la Universidad Manuela Beltrán de Bogotá, que revela que más del 25% de los ciudadanos en la capital colombiana solo consumen entre el 10 y el 20% de los insumos que adquieren.

Me pregunto ¿No sabemos comprar? ¿Lo hacemos por impulsos? ¿Nuestras decisiones no responden a una planeación bien elaborada? Pues según los estudios, podríamos decir sí a todas las anteriores preguntas, ya que el mito de la perfección termina causando que las personas desperdicien comida, porque creen que, comida que no luzca en apariencia perfecta, debe ser desechada; esto puede deberse a la mala conservación de los alimentos y al dejarse influenciar por promociones que llevan a comprar lo que no se necesita.

Si nos damos cuenta, las razones nos pertenecen como sujetos, así que podríamos cambiar la situación si somos conscientes de los errores y tomamos la decisión de mejorar muchos de nuestros hábitos. Tengamos claro que producimos comida suficiente para alimentar a todos los habitantes del planeta, y aún así hay 870 millones de personas que padecen hambre en el mundo.

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Y es que, según un estudio de la FAO, para salvar a los 795 millones de personas que corren el riesgo de morir desnutridos, se necesitan solo el 25% de los alimentos desperdiciados, y es allí cuando uno entiende que una solución al hambre puede estar en esos mal llamados desperdicios, y lo podemos hacer si somos capaces de ajustar nuestros hábitos de compra.

Revisemos nuestro plan de vida y aclaremos cuáles son los objetivos a largo y mediano plazo, y determinémonos en libertad, sin comparaciones y sin miedos, a escapar de la ola de consumo innecesario. Y, por último, seamos solidarios y compartamos lo que no necesitamos. No botemos comida si sabemos que a muchos les hace falta.

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