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Despreciar a los demás por no creer en lo que yo creo es una falta de espiritualidad

Ayer, cuando veía todas las destrucciones que unas protestantes ocasionaban, volví a pensar en la necesidad del diálogo que proponía el papa.

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P. Linero
Foto: Instagram

Cerrarse al diálogo atrincherado en los propios dogmas y despreciar a los demás porque no creen en la misma verdad que yo creo es una forma de mostrar nuestra poca espiritualidad. Ayer el papa Francisco ha insistido en su viaje a Bahrein en la necesidad del diálogo interreligioso. La razón es que el cree que el trabajo de un creyente siempre es fomentar “la causa de la hermandad y la paz, que nuestros tiempos necesitan de forma urgente y extrema”.

Este tipo de acciones del papa Francisco deben ser una inspiración para creyentes y no creyentes. Comprender que solo es posible convivir en paz si somos capaces de dialogar desde el respeto y la apertura al otro. Nadie pide que se abdique de la propia verdad, pero si que se entienda que el camino no es querérsela imponer a los demás por la violencia o de cualquier modo sino vivir desde ella en la realización de nuestro proyecto personal de vida.

Para ello se requiere conciencia y claridad de los que se cree y se piensa, siendo coherente con ello en los actos cotidianos. Encontrar en la argumentación el medio propicio para compartir con los demás y conseguir los consensos que permitan sostener relación de comunión ocasionadoras de desarrollo. Facilitar que los otros puedan expresarse con libertad para que conozcamos realmente sus pareceres y opciones y tengamos como comprenderlas.

Ayer cuando veía todas las destrucciones que unas protestantes ocasionaban volví a pensar en la necesidad del diálogo que proponía el papa. Ya no en el plano religioso sino en toda la dimensión social. Creo que tenemos derecho a disentir, a rechazar lo que nos daña y manifestar con fuerza que requerimos justicia en todas sus maneras, pero estoy convencido que la violencia que destruye todo a su paso puede invalidarnos en la razón que tenemos. Cada vez más necesitamos menos fanáticos que crean que sus posiciones son las únicas verdaderas y más pensadores y pensadoras que sepan trabar relaciones de construcción y comunión. Ni las verdades religiosas, ni en las ideologías particulares tienen que ser impuestas a los otros. Siempre el diálogo es el camino.

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