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La política no puede asumirse como una guerra en la que se busca destruir al que no está de acuerdo

La búsqueda de la aprobación se debe hacer desde las propuestas y no desde el odio y la descalificación del contrario.

Alberto Linero
Alberto Linero
Foto: Instagram @PLinero

La institución eclesial es un actor influyente en la vida diaria de los colombianos. Así lo podemos constatar en las páginas de la historia, donde su rol ocasionó muchas decisiones políticas; o basta ver que en algunos lugares apartados de nuestro territorio, es la que hace presencia con educación, salud y acompañamiento de las comunidades. Por eso me parece apenas normal que los obispos, como líderes espirituales, se manifiesten en medio de esta campaña electoral.

Monseñor Héctor Fabio Henao, delegado de la Conferencia Episcopal Colombiana para las relaciones Iglesia-Estado afirmó que: “Deben (los candidatos) trabajar decididamente en prescribir el lenguaje de odio en las campañas y cualquier forma de agresión a través de redes sociales y de cualquier otro medio, y escuchen las voces de otras propuestas políticas de manera respetuosa” cierro cita. Esto parecería innecesario decirlo a hombres y mujeres que desde sus opciones éticas y morales, pretenden dirigir los destinos de un país -evitando la polarización y el odio-, pero vista la manera como se están dando las campañas, creo que es necesario.

Suena paradójico destruir con las peores palabras y descalificaciones a un grupo de personas a las que luego, si llegan a ganar las elecciones, se les tiene que gobernar. El problema, entonces, no es simplemente señalar al líder del otro grupo, sino la manera como se generan grietas, se rompe aún más el tejido social y se desprecia a aquellos que también son colombianos.

Es que los colombianos no son simplemente los de mi partido o mi candidato; ni sólo son buenos los que siguen y aplauden los insultos que el candidato que me gusta dice. Este ejercicio no puede asumirse como una guerra en la que se busca destruir al que no está de acuerdo, porque somos una sola nación y debemos tener un proyecto común que nos permita desarrollarnos. Claro que hay diferencias y debemos mostrarlas; obvio que los énfasis pueden ser en algunos casos distantes, pero la búsqueda de la aprobación se debe hacer desde las propuestas y no desde el odio y la descalificación del contrario. Nuestra vieja y nuestra reciente historia nos dan testimonio de a dónde llevan esas acciones.

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