Me esfuerzo por ser optimista, pero cuesta por la guerra
Este jueves fue uno de esos días en los que me cuestionaba en torno a la calidad de la condición humana y me sentía defraudado por lo que hacemos.
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He hecho la opción de ser optimista. Todos los días me esfuerzo por encontrarle a la realidad su mejor lado, el que me inspire, me enseñe, me dé esperanza y me permita sonreír. Entiendo que el verdadero optimista tiene los pies sobre la realidad y la acepta tal cual es, pero siempre busca interpretarla desde el mejor ángulo posible. Sin embargo, ayer fue uno de esos días en los que me cuestionaba en torno a la calidad de la condición humana y me sentía defraudado por lo que hacemos.
Obviamente lo más fuerte es la guerra, la invasión de Rusia a Ucrania, los tristes relatos que llegan; las duras imágenes de dolor que causan los bombardeos y las filas de los que comienzan a abandonar su territorio con la esperanza de huirle a la violencia y a la muerte, son más fuertes que cualquier explicación ideológica o política.
Pero también veo todo el terrorismo del ELN en el país y el vídeo en el que un señor le suplica con voz temblorosa a este grupo que no le quemen el carro, que él se regresa o hace lo que ellos digan, pero con la soberbia de quien posee un arma, es insultado y se lo hacen estallar; o la noticia de que en el barrio Buenos Aires de Medellín, un hombre apuñaló a un papá cuando este se encontraba en compañía de su esposa y sus dos hijos almorzando, solo porque el hijo de un año de nacido no paraba de llorar.
¿Eso somos los humanos? ¿seres incapaces de ser empáticos con el dolor de los demás? ¿Individuos que prefieren la realización de sus intereses sobre el sufrimiento de los otros?
Estoy seguro que somos más que eso y que es posible relacionarnos desde valores que nos permitan a todos vivir dignamente y poder realizar nuestros ideales más sublimes. Para ello, necesitamos trabajar desde la equidad, la empatía y la compasión en las relaciones con los demás.
También creo que la experiencia espiritual propicia ideales y praxis de verdadera humanidad, no desde las trincheras de las peleas religiosas, sino desde la trascendencia que nos hace descubrirnos iguales en dignidad.