A lo largo de toda mi vida, he sido testigo de muchos milagros. Creo en ellos y los entiendo como esos momentos cotidianos en los cuales somos capaces de descubrir la acción excepcional y maravillosa de Dios. Sí, sin duda son esas situaciones en las que podemos interpretar que algo que no esperábamos, o que era muy difícil que sucedería –se podría decir que casi imposible-, sucede.
Desde mi posición teológica, los milagros exigen fe, es decir, creer en lo que somos capaces de hacer, en las personas que están a nuestro alrededor, y creer, por supuesto, en la acción maravillosa de Dios. Pero también, los milagros exigen que tengamos la capacidad de obrar y trabajar en favor de aquello que estamos esperando, ya que no podemos pretender que ellos se den si nosotros simplemente nos quedamos inmóviles aguardando a que sucedan; cuando actuamos así, lo más seguro es que nos quedemos esperando para siempre, porque se necesita un esfuerzo de nuestra parte para que ellos puedan ocurrir.
La situación en la que está la Selección Colombia este jueves, es una buena oportunidad para pensar en un milagro, porque debido a los malos resultados en las eliminatorias hacia el mundial, y a los pocos goles, ahora no depende simplemente de su acción, sino de que se den otros resultados de diferentes partidos. No sé a ustedes, pero todo este panorama me hace pensar en un milagro.
Desde la fe y desde la experiencia espiritual, creo que es necesario, primero, dar lo mejor, esforzarse al máximo y entregar hasta la última gota de sudor, no se puede entrar a la cancha creyéndose derrotado. Pero segundo, se necesita tener el control emocional que les permita a los jugadores tomar las decisiones precisas y efectivas en cada situación que se les presente en medio del partido.
Y tercero, ojalá se logre generar ese optimismo y ese ambiente de acompañamiento y de apoyo que ha caracterizado a nuestra selección, pero debemos entender que este debe ser de parte de todos -tanto del público como de los jugadores- para que el milagro se dé.