Si hay algo que nos cuesta, es mirarnos con honestidad y reconocer que nos equivocamos
. Nos resulta más fácil señalar al otro, justificar nuestras fallas con las circunstancias o buscar culpables afuera. Poner un retrovisor que explique nuestros errores como acciones de otros o escondernos en los errores de los otros, es que ellos también lo hicieron. Pero vivir así es condenarnos a la inmadurez, a repetir los mismos errores sin aprender nada.
Durante mucho tiempo creí que tener la razón era lo más importante. Me costaba aceptar que podía fallar, que mis decisiones no siempre eran acertadas, que mis palabras podían herir o que mis acciones podían tener consecuencias que no había previsto. Pero la vida, con su paciencia y su dureza, me enseñó que la madurez no está en evitar los errores, sino en asumirlos con valentía
.
Cuando culpamos a los demás por lo que nos pasa, nos negamos la oportunidad de crecer. Dejamos que nuestra felicidad dependa de factores externos, cuando en realidad el verdadero cambio solo ocurre cuando miramos hacia adentro. Sí, la vida es compleja y muchas veces nos toca enfrentar injusticias o situaciones difíciles
, pero quedarnos en la queja no nos lleva a ninguna parte.
Aprender a decir “Me equivoqué” sin miedo ni vergüenza es un signo de fortaleza, no de debilidad. Nos permite corregir, reconstruir y evolucionar. Porque quien no asume sus errores
está condenado a tropezar con la misma piedra una y otra vez.
He cometido errores, algunos pequeños y otros que han cambiado el rumbo de mi vida. Pero si algo he aprendido es que cada fallo trae consigo una lección
, una posibilidad de ser mejor. No se trata de castigarnos, sino de aprender con humildad, pedir perdón cuando sea necesario y seguir adelante con más sabiduría.
Así que hoy te invito a hacer un ejercicio de honestidad. ¿Cuántas veces has culpado a los demás por lo que te pasa? ¿Cuántas veces has evitado asumir tu parte de responsabilidad? Tal vez sea hora de soltar excusas, de aprender de lo vivido y de caminar con más verdad. Porque al final, la vida no se trata de no equivocarnos
, sino de cómo elegimos levantarnos después de cada caída.