Todos compartían desde la pobreza en la que vivían. La olla estaba en el centro de la calle y dos señoras organizaban lo que los demás llevaban. Se realizaba un
Mientras tanto se cocinaba el sancocho con todo lo que habían juntado. Era una olla inmensa, pero aun así
Fue mi primera participación en una olla comunitaria en una comunidad muy pobre de un barrio de Barranquilla. Recordé esta experiencia cuando leí ayer la noticia de que el gobierno nacional ha dispuesto como una estrategia para responder inmediatamente a las comunidades que han sufrido la ola invernal, la olla comunitaria. En palabras de Javier Pava Sánchez, director de la UNGRD, se quiere: “dar una respuesta complementaria a la ayuda típica humanitaria. Brindar alimento caliente y entregar comida permanente a la gente que se ha visto afectada por las emergencias, y eso es lo que se ha denominado: generación de ollas comunitarias” cierro cita.
Celebro la respuesta inmediata, que no soluciona el complejo problema -porque se requieren inversiones estructurales-, pero que sí permite que estas personas que sufren, sientan que no están abandonadas y que le interesan a alguien. No basta con estas respuestas, pero es un primer paso fundamental para no sentir que se pierde la dignidad al perder lo material.
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