Hubo un tiempo en que las redes sociales eran el escaparate de la vida cotidiana. Lo trivial, una taza de café, un nuevo corte de pelo o un atardecer en vacaciones, tenía su espacio en Instagram o Facebook. Esa banalidad compartida, lejos de parecer vacía, generaba cercanía y sentido de comunidad. Sin embargo, en pleno 2025, ese impulso se ha desvanecido. Las redes siguen vivas, pero la forma de habitarlas ha cambiado radicalmente. Cada vez se publica menos, se muestra menos, se comparte menos. ¿Qué ha pasado con la cultura del “todo se cuenta”?
El fenómeno tiene alcance global. Según el estudio Digital 2025 elaborado por We Are Social y Meltwater, el 31% de los usuarios activos de redes sociales en todo el mundo publica menos contenido personal que hace un año. Este descenso es más notable entre los menores de 30 años. La Generación Z, por ejemplo, no solo reduce su actividad pública, sino que adopta prácticas como el Grid Zero: dejar sus perfiles completamente vacíos, sin fotos ni publicaciones visibles.
Una de las razones detrás de este repliegue es la creciente aversión a la exposición digital. Según una investigación publicada en 2024 por el Pew Research Center, el 61% de los usuarios jóvenes en EE. UU. considera que compartir en redes genera “ansiedad o estrés”, sobre todo por la posibilidad de ser malinterpretados, criticados o directamente cancelados. Esta hiperconciencia, sumada al miedo al escrutinio público, ha convertido el acto de publicar en algo emocionalmente costoso.
Además, las redes sociales se han vuelto menos sociales. La socióloga Danah Boyd, investigadora de Microsoft Research, lo advirtió ya en 2023: “Las plataformas evolucionaron hacia entornos de consumo, más cercanos al marketing que a la interacción humana”, algo así como micro medios de comunicación. Este giro ha convertido los feeds en escaparates publicitarios, dominados por contenido profesionalizado, algoritmos y publicidad personalizada. De hecho, el informe State of Social Media 2025 revela que el 58% de los usuarios sienten que las redes “ya no reflejan a sus círculos cercanos, sino a marcas o creadores que no conocen”.
Este distanciamiento también tiene un componente emocional. En un estudio publicado en Nature Human Behaviour en marzo de 2025, investigadores del Instituto Max Planck y la Universidad de Oxford confirmaron que un uso intensivo de redes sociales correlaciona con una mayor sensación de soledad en adultos jóvenes, especialmente cuando predomina el consumo pasivo frente a la interacción directa. El acto de observar sin participar, convertirse en mero espectador, se ha generalizado.
En paralelo, crece la preferencia por espacios digitales más íntimos. El estudio anual de IAB Spain sobre redes sociales, publicado en julio de 2025, confirma que WhatsApp es, con diferencia, la plataforma más usada en España. Sin embargo, mientras el uso de estas últimas se concentra en el consumo de contenido, en WhatsApp el 89% de los usuarios afirma mantener “relaciones personales activas”. Esto confirma un giro hacia la conversación privada, en detrimento de la exposición pública.
También hay un componente generacional en juego. Mientras los millennials aún conservan hábitos de publicación frecuentes, aunque más moderados que hace una década, los centennials han optado por códigos más crípticos y estéticamente distantes. La publicación cuidada y constante ya no es sinónimo de autenticidad, sino de artificialidad. En su lugar, se impone el “dump”: una colección desordenada de imágenes casuales, o directamente, el silencio digital.
La sobrecarga de plataformas tampoco ayuda. La consultora Gartner estima que el 50% de los usuarios reducirá significativamente su presencia en redes antes de 2027, como respuesta al cansancio digital acumulado y al creciente solapamiento entre redes, funciones y formatos.
Lo que se observa no es tanto una desconexión como una mutación. La sociabilidad digital no ha desaparecido, simplemente se ha replegado hacia entornos menos expuestos. Publicar ya no es la norma, sino la excepción. Lo íntimo gana terreno y, con ello, se reformula el contrato tácito que durante años rigió nuestras relaciones online. Un contrato basado en la visibilidad, que hoy parece estar llegando a su fin.